Instituto de Desarrollo del Pensamiento Patria Soñada

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Una generación que aún florece entre su desesperanza por una patria mejor, ante la confianza que desgastan constantemente nuestros gobernantes.

En Paraguay, ser joven representa un desafío constante. Es vivir entre el entusiasmo de querer cambiar las cosas y la frustración de sentir que muchas puertas siguen cerradas. Muchos de nosotros crecimos escuchando promesas de un país mejor, de oportunidades, de justicia social, de progreso. Sin embargo, al salir al mundo real, nos encontramos con una realidad que muchas veces golpea: corrupción, desigualdad, falta de oportunidades laborales, una educación que no siempre nos prepara para los desafíos actuales, y una política que parece repetirse en los mismos rostros y discursos de siempre.

No es raro escuchar a jóvenes decir que ya no creen en los políticos, que no les interesa la política, que “todos son iguales”. Esta desconfianza no nace del desinterés, sino de la decepción. ¿Hasta dónde puede llegar la confianza en los gobernantes cuando una y otra vez se repite el mismo patrón de promesas incumplidas, clientelismo y privilegios para unos pocos? Muchos sienten que sus voces no son escuchadas, que sus luchas no son valoradas y que sus ideas no tienen espacio en los lugares donde se toman las decisiones.

Sin embargo, en medio del desencanto, hay una fuerza que no se apaga: la esperanza. Porque aunque muchos desconfiemos del sistema, no hemos dejado de soñar con un país diferente en donde el vigor sumando así el optimismo mueve, se organiza, crea, propone. Hay jóvenes liderando movimientos sociales, enseñando en sus comunidades, emprendiendo, defendiendo el medio ambiente, promoviendo la cultura, levantando la voz en redes sociales, participando desde otros espacios menos tradicionales, pero igual de poderosos.

La esperanza no es ingenuidad, es una decisión. Es seguir creyendo en el poder del cambio, aunque todo parezca estancado. Es confiar en que sí hay otro camino, uno más justo, más humano, más honesto. Y aunque la confianza en los gobernantes esté deteriorada, todavía existe la convicción en nosotros mismos, en lo que podemos edificar juntos.

La juventud paraguaya no es indiferente, está cansada y necesitamos desinfectar para que las nuevas oportunidades vuelvan a florecer, porque el cansancio puede ser transformador si lo canalizamos en acción. Hoy más que nunca necesitamos a nuestra sociedad más despierta que no se conformen, que piensen, que cuestionen, que se preparen, que actúen con compromiso y visión. El sueño de una patria mejor no está perdido, sigue latiendo en cada joven que, a pesar de todo, decide quedarse, aportar, crear y resistir.

 

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