
El rugir de la locomotora quedó en el tiempo, transformado hoy en el eco nostálgico de una gloria pasada. Mi corazón se estremece al recordar, a través de los relatos de mis abuelos, tíos y mi padre —todos ferroviarios de alma—, la época dorada del ferrocarril en Paraguay. Era, sin duda, el medio de comunicación más eficiente y moderno de Sudamérica, un pulso de progreso que hoy echamos tanto de menos.
La llegada del tren era una verdadera fiesta en cada pueblo. No solo traía prosperidad, sino que dinamizaba la economía y el comercio. Se movía gente, mercancías, y con el tren llegó el telégrafo, uno de los avances más modernos de la época. Gracias al ferrocarril, incluso se fundó el primer barrio cerrado la Villa inglesa, la primera en contar con energía eléctrica y viaducto. Todo era próspero, un orgullo estatal, el comienzo de un progreso que nadie imaginó que tendría un retroceso tan doloroso.
El ferrocarril no sólo transportaba bienes y personas; tejía lazos invisibles entre las comunidades dispersas del Paraguay. La llegada del tren significaba reencuentros familiares, el acceso a productos que antes eran inalcanzables y la oportunidad de que las ideas y culturas fluyeran de un pueblo a otro. Era un motor de integración nacional, un cordón umbilical que nos conectaba con el progreso y con nosotros mismos. En cada estación, el vapor y el sonido del acero marcaban el ritmo de la vida, forjando recuerdos imborrables y un sentido de pertenencia que hoy se añora profundamente.
Hoy, sin embargo, nos encontramos con un sistema de transporte público deficiente, donde intereses empresariales monopolizan las licitaciones y coaccionan al Estado y al usuario a aceptar un servicio pésimo. Es un ciclo que se repite, con quienes ocupan cargos políticos priorizando beneficios personales sobre el bienestar colectivo.
Mi padre, y con él tantos paraguayos, mira con añoranza el ferrocarril que dejamos morir. ¿Por qué, si tuvimos lo mejor, hoy padecemos lo peor?
El gobierno tiene la imperiosa tarea de implementar políticas públicas que beneficien a la ciudadanía. Imaginemos un Paraguay donde las personas puedan llegar temprano a casa, disfrutar de tiempo de calidad con sus familias, y mejorar su salud gracias a un aire más limpio y menos estrés vehicular. Un ferrocarril moderno, o incluso un monorriel, no solo aliviaría el caótico tráfico actual, sino que podría revitalizar pueblos abandonados, generar empleo y dinamizar las economías locales.
El actual sistema de transporte no solo nos roba tiempo; mina nuestra calidad de vida y nuestra salud. Horas interminables en el tráfico, el estrés constante y la contaminación ambiental son una carga diaria para miles de paraguayos. Un sistema de transporte público eficiente, con el ferrocarril a la cabeza, no es un lujo, sino una necesidad imperante. Nos permitiría recuperar el valor del tiempo libre, fomentar la cohesión social y, sin duda, sentar las bases para un desarrollo sostenible y más humano.
Pienso en propuestas audaces: pasajes gratuitos los fines de semana para ir a Areguá a comprar o esparcirse, o tarifas diferenciadas y horarios extendidos para fomentar el turismo y el comercio en fechas festivas. Hay tantas formas de dinamizar la economía, pero lamentablemente, a menudo falta la capacitación, la voluntad y el corazón de quienes toman las decisiones.
Sueño con un Paraguay donde el silbato del ferrocarril vuelva a resonar, erizándonos la piel, no por la nostalgia, sino por la realidad de un transporte eficiente y digno. Anhelo un futuro donde existan transportes nocturnos que nos permitan compartir más, mejorando nuestra calidad de vida y salud.
Es mi más ferviente deseo que este gobierno, en su recta final, logre sentarse a la mesa, invite a empresarios si es necesario, y elabore políticas públicas verdaderas que transformen la geografía del Paraguay. Que seamos capaces de resucitar lo que perdimos, y que el progreso, esta vez, sea imparable.