Es probable que el acto de rezar, de orar, esa acción de dirigirse oral o mentalmente a una entidad superior, divina, cualquiera sea la denominación que ella reciba, para comunicarse, pedir o agradecer, constituya una respuesta ontogénica del hombre, limitado e incapaz de dar respuestas racionales a tantas cuestiones que le inquietan. Empero, esta actitud acompañada de la disposición del espíritu, cuando no traduce una hipócrita postura, una absurda mascarada social, sin duda alguna produce suficiente irradiación y emite efluvios que inciden decididamente en todas las esferas, al punto de no resultar extraño observar el cumplimiento o la concreción en hechos o acciones las peticiones formuladas en súplicas.
Si de verdad se ora, si de verdad se reza: por un mundo de paz, por las madres que velan, por los niños que sueñan un mañana feliz.
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