Francisco, el Papa que eligió tender puentes

Su papado no solo marcó un giro en el Vaticano, sino en la manera de ejercer el liderazgo espiritual. Francisco fue una voz que eligió el camino del diálogo, la misericordia y la inclusión. Hoy el mundo despide a un hombre que habló de justicia con ternura y de fe con valentía.

Por Instituto Publicado el 23/04/2025 11:10

Francisco: la voz de la ternura en un mundo en conflicto

El mundo despide hoy a Jorge Mario Bergoglio, el Papa Francisco, el primer pontífice latinoamericano, el primer jesuita en ocupar el trono de Pedro, y quizás el más humano entre los recientes líderes de la Iglesia.

Francisco no fue solo el jefe de los católicos. Fue, ante todo, un hombre de paz. Un líder espiritual que supo hablarle a creyentes y no creyentes, a religiosos y agnósticos, a pueblos enfrentados y conciencias adormecidas. Desde su sencillez —la misma que lo hizo elegir la cruz de hierro sobre el oro, o un modesto auto en lugar del papamóvil— trazó un camino pastoral que incomodó a muchos, pero que sembró semillas profundas de diálogo y reconciliación.

Fue un Papa que no negó las verdades de su fe, pero que supo mirar a los ojos del otro y reconocer su dignidad. Cuando dijo que “¿quién soy yo para juzgar?”, el mundo entendió que la Iglesia podía tener misericordia. Que podía abrazar al homosexual, al inmigrante, al pobre, al ateo, al pecador… como hermanos. Que el cristianismo no es una trinchera desde donde lanzar piedras, sino una casa con puertas abiertas.

Francisco entendió que la verdad no siempre está de un solo lado, y que la fe auténtica no excluye, sino que acompaña. Apostó por tender puentes, en tiempos donde los muros —físicos y simbólicos— parecían alzarse en cada rincón del mundo. Su encíclica Fratelli Tutti es testamento de esa convicción: que todos, más allá de banderas, credos o culturas, compartimos una misma humanidad.

Hoy el mundo está más dividido que nunca. Y tal vez por eso, su partida duele más. Porque se va una voz que nos recordaba que el amor es más fuerte que la ideología, que la justicia social es inseparable del Evangelio, y que el perdón no es debilidad, sino fuerza transformadora.

Francisco ya no está. Pero su palabra queda. Y más que su palabra, su ejemplo. Su modo de mirar, de hablar bajito, de abrazar con firmeza. Su coraje para decir verdades incómodas, y su ternura para recordar que el cielo también empieza por los que sufren en la tierra.

Tal vez no todos creían en su doctrina. Pero pocos dudarán de su misión: sembrar esperanza, incluso en los campos más áridos.