Soberanía Paraguaya: Entre la Memoria y el Compromiso
La Dra. Mayra Llanes, egresada del Programa de Liderazgo Político Estratégico, reflexiona sobre el significado profundo de la soberanía paraguaya: su origen histórico, sus tensiones actuales y el papel de la ciudadanía en su defensa. Un texto que interpela, inspira y propone pensar el futuro con dignidad.

La soberanía no es solo una palabra grabada en los documentos fundacionales de nuestra patria; es un principio vivo que atraviesa la historia, la cultura y la conciencia del pueblo paraguayo. Este blog invita a repensar su significado desde una mirada crítica y actual: desde los primeros pasos hacia la independencia hasta los desafíos del presente, pasando por las luchas heroicas, los liderazgos históricos y el papel silencioso pero crucial de las mujeres. En tiempos de tensiones globales, reafirmar nuestra soberanía es reafirmar quiénes somos y qué futuro estamos dispuestos a construir.
Sobre la vigencia de un principio fundacional y las tensiones que lo rodean en nuestro presente.
Desde 1811, la palabra soberanía ha acompañado la historia paraguaya con un tono solemne, casi sagrado. Surgida como respuesta a siglos de dominio colonial, la independencia fue el inicio de un proceso más profundo: la búsqueda constante por mantener y ejercer la soberanía como expresión concreta de nuestra autodeterminación como pueblo.
Sin embargo, el camino no fue ni ha sido sencillo. La soberanía en Paraguay no se ha dado nunca por sentada. Ha tenido que ser reafirmada en múltiples ocasiones, no solo frente a amenazas externas, como la Guerra de la Triple Alianza o los vaivenes geopolíticos regionales, sino también ante desafíos internos que han puesto en juego la participación ciudadana, la justicia social y la equidad.
En sus primeros años, bajo la figura del Dr. José Gaspar Rodríguez de Francia, Paraguay ensayó un modelo singular de soberanía, apostando por la autarquía y el fortalecimiento del Estado. Más adelante, con los López, el país alcanzó logros notables en infraestructura y defensa, pero también enfrentó un aislamiento que sería fatal ante la guerra. La defensa del Paraguay durante ese conflicto dejó cicatrices imborrables, pero también mostró al mundo un pueblo decidido a defender su autodeterminación hasta las últimas consecuencias.
La reconstrucción posbélica fue lenta y difícil. La soberanía volvió a ponerse en juego en cada etapa del proceso: en las negociaciones de paz, en la reorganización del aparato estatal, en la redefinición del tejido social. Fue en esa época también cuando las mujeres paraguayas, muchas de ellas viudas y madres solas, asumieron un rol protagónico en la reconstrucción nacional. Su esfuerzo silencioso y valiente es, hasta hoy, uno de los pilares no siempre reconocidos de nuestra soberanía.
Hoy, hablar de soberanía no puede quedarse en el plano abstracto o histórico. La globalización, los tratados internacionales, los condicionamientos económicos y la presión de intereses transnacionales nos obligan a reformular qué significa ser soberanos en el siglo XXI. ¿Somos verdaderamente libres para decidir sobre nuestros recursos naturales, sobre nuestros modelos educativos y de desarrollo? ¿Qué rol juega la ciudadanía en esta ecuación?
La soberanía se expresa, también, en cómo protegemos y valoramos nuestra cultura: el idioma guaraní, nuestras tradiciones campesinas, el legado de nuestros pueblos originarios. Cada acto de conservación cultural es, en sí mismo, un gesto de autodeterminación frente a un mundo que tiende a homogeneizar.
Pero la soberanía no es solo resistencia. También es creación. Es la capacidad de imaginar un futuro propio, de tomar decisiones basadas en las necesidades reales del país y no en agendas impuestas. Y eso solo es posible si hay participación activa, educación crítica y un liderazgo político comprometido con los intereses nacionales.
En este contexto, también vale la pena reflexionar sobre los nuevos escenarios que se abren para el Paraguay en el siglo XXI, especialmente en su relación con actores globales como China. Las oportunidades económicas vinculadas al comercio, la inversión y la infraestructura son considerables, pero plantean un debate necesario: ¿cómo compatibilizar el aprovechamiento de estos vínculos con la preservación de nuestra soberanía?
Por eso, defender la soberanía hoy implica preguntarnos con honestidad: ¿quiénes deciden por el Paraguay? ¿Qué voz tienen los campesinos, los jóvenes, las mujeres, los pueblos indígenas, las comunidades periféricas? ¿Cómo se traduce esa voz en políticas públicas, en presupuestos, en leyes?
Reivindicar la soberanía, entonces, no es cerrar las puertas al mundo. Es abrirlas con dignidad, sabiendo quiénes somos, qué queremos y qué no estamos dispuestos a ceder. Es saber dialogar, pero sin arrodillarse. Es construir alianzas, pero sin hipotecar nuestra identidad ni nuestro derecho a decidir. Significa negociar con firmeza, sabiendo qué queremos obtener y qué estamos dispuestos a proteger, fortalecer nuestras instituciones para que los acuerdos comerciales y de inversión estén alineados con el desarrollo sostenible, la justicia social y la participación democrática.
La relación con China debe ser vista no solo como una oportunidad económica, sino como un examen de nuestra capacidad de definir nuestro rumbo sin tutelajes. Paraguay tiene el derecho, y el deber, de mirar al mundo con dignidad, de buscar oportunidades que fortalezcan su economía, pero sin convertir su política exterior en moneda de cambio.
En este debate, la ciudadanía debe tener un rol activo. El futuro de nuestra soberanía no puede quedar únicamente en manos de negociaciones diplomáticas o cálculos geopolíticos. Requiere de un diálogo público, informado y plural, donde las decisiones se tomen con visión de país y no desde intereses coyunturales o partidarios.
La soberanía, en definitiva, se juega también en la manera en que nos insertamos en el mundo. Y hoy, frente a la posibilidad de estrechar lazos con China, Paraguay tiene ante sí un dilema: seguir el camino de otros, o construir el suyo propio, con coraje, con estrategia y con la convicción de que la verdadera independencia se ejerce, también, en el plano internacional.
Hoy, más que nunca, Paraguay necesita volver a pensar en su soberanía como una tarea colectiva, cotidiana, política y ética. Necesitamos reconstruir el pacto ciudadano que garantice que esa palabra —tan invocada y, a veces, vaciada de contenido— recupere toda su potencia.
Que ser soberanos no sea solo una consigna, sino una práctica viva, presente en nuestras decisiones, en nuestras luchas, en nuestros sueños.